Lanzarote
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Lanzarote siempre me sorprende, no acabo de acostumbrarme a paisajes de tan extraña belleza. El silencio de sus Montañas de Fuego sigue conmoviendo mi espíritu y desbordando mi imaginación al percibir aquel estremecimiento del planeta que regó de lava petrificada a la isla. Desde el Mirador del Río, otro gran espectáculo, de incomparable belleza y colorido, se puede contemplar en los días claros. Uno parece estar encaramado a la cima del Mundo y tener a sus pies un paraíso de aguas azules que se confunden con el horizonte y donde flota, etérea y mágica, la isla de La Graciosa.
Durante el invierno, la luz que baña la isla parece estar tamizada por un suave velo aterciopelado que no impide disfrutar de una visibilidad asombrosa de día y de un precioso cielo plagado de estrellas al anochecer.
Las copiosas lluvias de este último otoño, raro fenómeno que no se producía en tal cantidad desde hace al menos 30 años, han cubierto de un manto verde y amarillo las laderas volcánicas y los valles, constituyendo un inesperado regalo para la vista (y la cámara fotográfica) a sus agraciados visitantes.