... deparado espectaculares paisajes como el que se puede contemplar al atardecer desde el mirador de La Galiana. Desde aquí se puede observar como a nuestros pies serpentea un infinito y majestuoso cauce de oro y esmeralda que se pierde allá lejos en el horizonte, tras la esbelta torre del castillo de Ucero.
Pero antes hemos pasado por Burgos, visitado su Catedral, paseado por Lerma y Covarrubias, atravesado el profundo y estrecho desfiladero de La Yecla para contemplar a los buitres revoloteando sobre sus enormes rocas y más tarde acercarnos a Santo Domingo de Silos, donde el claustro de su Monasterio sigue guardando aquel mudo ciprés, negra torre de arduos filos, señero dulce y firme que acongoja al cielo con su lanza, como escribió Gerardo Diego.
En Soria hay muchas cosas que ver, pero nosotros estábamos ilusionados por recorrer el paseo que en sus días realizaba Antonio Machado, desde San Polo hasta San Saturio, a la vera del Duero, entre álamos y chopos. Verdaderamente cualquiera termina empapándose del espíritu del lugar recordando sus bellas palabras:
He vuelto a ver los álamos dorados,
álamos del camino en la ribera
del Duero, entre San Polo y San Saturio:
tras las murallas viejas
de Soria -barbacana
hacia Aragón, en castellana tierra-.
Estos chopos del río, que acompañan
con el sonido de sus hojas secas
el son del agua, cuando el viento sopla,
tienen en sus cortezas
grabadas iniciales que son nombres
de enamorados, cifras que son fechas.
¡Alamos del amor que ayer tuvisteis
de ruiseñores vuestras ramas llenas;
álamos que seréis mañana liras
del viento perfumado en primavera;
álamos del amor cerca del agua
que corre y pasa y sueña;
alamos de las márgenes del Duero,
conmigo vais, mi corazón os lleva!.
Allí al lado se encuentra la Iglesia de San Juan de Duero, cuya originalidad y variedad de estilos impactan al visitante en este enigmático lugar de leyenda que acogió a la orden de San Juan de Jerusalén. Su claustro del siglo XIII con influencias románicas y mudéjares, es un ejemplar único de la arquitectura cristiana medieval.
El poema de la leyenda de Alvargonzález, obliga a acercarse a la Laguna Negra y mientras atravesamos los bastos terrenos de pinares, rezamos porque la niebla no oculte el gran circo que abraza esta misteriosa laguna y para ello repetimos continuamente en silencio las estrofas más famosas de Machado:
Caminante, son tus huellas
el camino, y nada más;
caminante, no hay camino,
se hace camino al andar.
Al andar se hace camino,
y al volver la vista atrás
se ve la senda que nunca
se ha de volver a pisar.
Caminante, no hay camino,
sino estelas en el mar.
Esta vez el buen Dios escucho nuestras plegarias y pudimos disfrutar de la Laguna Negra en todo su esplendor.
Antes de despedirnos de Soria, quisimos ver el olmo seco, hendido por el rayo, situado en el atrio de la iglesia del Espino, que hoy día ha muerto por desidia…
Navarra era nuestro destino final de este otoño en busca de bellos paisajes. Recorrimos la escarpada sierra de Urbasa y sus bosques de hayas desde la vertiente alavesa camino de Estella. Un fuertísimo viento de 100 km/h. y unos cielos cubiertos y amenazantes abortaron la excursión que teníamos prevista para ver el Balcón de Pilatos, por lo que dejamos para mejor ocasión el disfrute de estos parajes.