Transiberiano
El frío, el destierro y estar solo, han sido sinónimos de Siberia desde que existe su nombre y puede que todavía pesen demasiado esas cosas por aquella tierra. Si alguien quiere o debe atravesar las tripas de Rusia pasará por allí sin ...
... remedio. Si este alguien viaja en avión de día sólo verá el día, en cambio, si viaja en tren, será bastante más largo y no tendrá más remedio que ver varios días y por supuesto, varias noches.
Aun hablándole de penurias, de monótonos paisajes, de pies congelados, de un exceso de horas a solas, de gente dura y aparentemente agria y de alguna bondad más, el ser humano tendrá curiosidad de saber si todo esto es verdad o no. Resolver esta duda en Rusia no es sencillo, quizá porque el país tiene varias caras o quizá porque no se da a conocer a la primera. Siempre he supuesto que ir hasta allí sería la única manera de saber la respuesta, aunque ahora que he vuelto, no lo tengo tan claro. Este no entender nada, puede ser incómodo para los que quieren saber algo más de un viaje antes de hacerlo, cosa poco práctica y que en realidad nunca pasa. Por lo tanto, viajar y dejarse atropellar tranquilamente por el viaje parece lo más fácil y lo más sensato.
El transiberiano es una línea de ferrocarril que se clava como una espada en el país más grande del mundo. Es un servicio de tren continuado en el que la gente se desplaza con otro concepto del tiempo, o sea, de la vida.
Encima de estos raíles, el tren arranca con un ligero tirón en una parte del país y se para con puntualidad extrema después de saltar entre Asia y Europa durante algo más de 6 días. En este tiempo y espacio, ese leviatán gris con fuerte olor a gasoil pasa con nostalgia por encima de la sangre de quien puso las vías y el orgullo de quien mandó ponerlas. La historia antigua ha ido creando ciudades entorno a los ríos, Siberia sin embargo, tuvo que esperar a 1904 para que poblachos de cuatro casas mamasen la vida que arrastra este río de hierro y para que ciudades más grandes tuvieran un lugar de cierto privilegio en los mapas de Rusia.
Más de 9000 kilómetros hay que hacerlos, uno detrás de otro, y hay cosas que no pueden escapar a ello si se viaja en tren. Si además este recorrido se hace en invierno, un frágil turista entenderá que el frío es un enemigo alto y fuerte y que la única oportunidad que nos deja para ganarle (sólo durante unos minutos) es abrigarnos mucho. Mucho. También es verdad que mirando por una ventana durante días, durmiendo mirando un techo de vagón, viendo nieve sin color y árboles negros, no hablando una palabra en tu lengua, teniendo un frío grifo como spa y oliendo aquello que te regalan tus compañeros, a veces se escapan pensamientos. No tienen por qué ser todos buenos, sin embargo, son los del viaje y eso es lo único que cuenta.
Pese a todo lo anterior y a alguna dificultad más, las fotos que aquí se enseñan acabaron por ser verdad y vieron la luz con un viaje. El largo y estrecho camino empezó en la ciudad portuaria y asiática de Vladivostok, paró en frías ciudades siberianas, vio colores donde no los había, se olvidó por momentos de la temperatura, se miró en los ojos de camioneros, de campesinos, de enamorados, de algún exdelincuente, de gente que arropó y ayudó. Finalmente y tras mucha introspección, se apagó en esa indecible meta que es Moscú, dejando a este que escribe más desorientado y más feliz que antes.
A Manu Leguineche le citaron en un viaje por el Volga que: “Si pasas una semana en Rusia, podrás escribir un libro. Si pasas un mes, podrás escribir un artículo. Y si llegas al fin de año, tan solo una frase”. No sé si esto es cierto, pero uno siente de todo corazón que sí, que atravesar Rusia desconcierta de un modo insolente. Yo no podré decir si todo lo que aquí he contado es verdad o mentira, porque ni lo sé y porque probablemente sean las dos cosas, pero sí podré decir que un viaje siempre es un viaje, y que el transiberiano… podría ser otra cosa.
Javier Ruiz Alcocer
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