Siria

... antes. Siria es eso y mucho más. Es el origen del primer alfabeto conocido, de los grandes yacimientos arqueológicos y de las ciudades exultantes de vitalidad. Su capital Damasco, fue deseada por todos los grandes imperios de la historia. Los Califas Homeyas la hicieron tan grande que se convirtió en el centro del mundo. Visitar Damasco, es perderse por sus zocos y mercados repletos de joyas y piedras preciosas, sedas y tapices. Las teterías salpican el casco antiguo, envuelto por el aroma del café de Moka y de los perfumes.

Al Oeste, seis mil años de historia aguardan al turista, ya que el legendario río Éufrates tiñe de azul un paisaje de calor y frío, envuelto por el polvo de la infinita llanura oriental de Siria.

Al norte quedan las piedras, las mismas que los Nabateos y Romanos supieron modelar, para construir algunos de los más bellos vestigios imperiales de toda las historia.

Palmira es la más bella, un oasis en medio de la nada, que al amanecer se cubre de oro con los primeros rayos del sol. El resultado, la mayor ciudad romana que jamás podamos imaginar, custodiada en los extremos por numerosas tumbas reales que adoptan la forma de torre.

A menos de media jornada en coche, el turista se puede perder entre la espesa niebla que protege a la ciudad romana de Apamea. Solo de pensarlo, me entran escalofríos. Esto si que es historia, en un marco de incomparable belleza.

Al alba, me encuentro junto al mar, donde los Musulmanes y Cristianos lucharon por el control de los santos lugares, dejando tras de sí sorprendentes fortalezas, como la del Crac de los Caballeros, de la que se dice que jamás fue tomada por la fuerza. Desde aquí se puede ver el horizonte de Siria y a su vecina Jordania.